Desde que me enteré de la noticia, me embargó un sentimiento de felicidad y de tranquilidad. El sentir que Dios existe.
Y aunque no lo crean, pensé en lo feliz que deberían estar Ingrid Betancourt, sus compañeros liberados, y sus familiares. Amén de los funcionarios civiles y militares colombianos que participaron en la operación.
Y pensé en lo triste que debería estar el Presidente Comandante, al saber que se le adelantaron. Que le robaron el show. Que le quitaron su papel de Salvador de la Humanidad.
Y de hecho, el propio Presidente Comandante no ha dicho nada. Sólo se emitió un breve comunicado por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Seis años secuestrada es un lapso enorme. Desde estas páginas hago votos porque la señora Ingrid Betancourt y sus compañeros de cautiverio liberados se readapten a la vida en libertad lo más pronto posible, y traten de recuperar el tiempo perdido.
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